jueves, 22 de octubre de 2009

Retrato insensible de un post-terremoto...

Sobre las gríseas piedras, frías a causa del amanecer y su naturaleza fría, hay una agenda negra que muestra su verano al cielo. No es un signo de esperanza, sólo de que no puede, nunca, haber sólo piedras después de un terremoto.

Sobre las gríseas piedras yace una agenda en la que el viento recorre el año; la fiesta de navidad que no llegó, las vacaciones de primavera, la tarde de otoño en que la cita más esperada del año se retrasó al ritmo de un avión que dio vueltas y vueltas sobre una ciudad que se convertía en ruinas; esa tarde que se retrasó hasta desaparecer y sólo dejó la evocación con tinta en garabatos sobre una hoja de papel ahuesado que el viento acaricia y cubre de polvo. (reservo un post entero sobre esa cita que, finalmente, sí se llevó a cabo).

Antes de que tuviera sueño esa tarde, pensé que nunca nada es por azar. El azar tiene menos espacio vital en mis días que cuando era un adolescente. Ahora todo responde a una naturaleza, a un dictado del espíritu, a una maravillosa coincidencia que se detiene sobre cada acierto de los días, haciéndolos menos hojas de papel ahuesado y más puntos del camino. Pero nada de esto es coincidencia.

Hace algunos años me decían que de pronto me perdía. Que todo estaba bien hasta que perdía el hilo de la conversación y comenzaba a dar tumbos. Me despedí sin motivo muchas veces y nunca postergué mis fugas como no se posterga la toma de un vuelo.

Una agenda movida por el viento sobre los restos de algo en ruinas, me dice que es hora de dejar el calendario por la certeza de estar vivo. Que los vientos recorran mi año como yo lo haré: con caricias día a día o saltos de estación en estación. Que todas las piedras tengan el lugar que les corresponde en el universo entero y que no haya nunca más oraciones mudas.

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